Hoy vamos a tratar una de las batallas medievales más conocidas en el ámbito hispánico, ya sea por lo encarnizado del combate como por las consecuencias que derivaron de ella: La Batalla de Alarcos. Y es que aquel 19 de julio de 1195, a los pies del cerro de Alarcos (a pocos kilómetros de la actual Ciudad Real), las tropas castellanas de Alfonso VIII y las almohades y andalusíes de Yusuf II pugnaron duramente por hacerse con la victoria.

Campo de batalla de Alarcos - Mariano Zamorano
Figura 1: Campo de batalla de Alarcos (Poblete, Ciudad Real), visto desde los restos del castillo. Imagen: Valdavia – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=36391604

 

La llegada de los Almohades

Antes de enfrascarnos en la descripción del combate en sí, vamos a establecer el contexto previo que llevó hasta la batalla, marcado principalmente por la llegada de los almohades a la Península Ibérica. El desembarco de este nuevo imperio bereber a partir de 1146 logró contener el a priori incontestable avance militar de los reinos cristianos desde el norte, tras el debilitamiento almorávide. El poder no sólo unificará vez todo el territorio andalusí, incorporándolo a sus territorios norteafricanos, sino que también recuperará terreno perdido frente a castellanos (como por ejemplo Úbeda, Baeza o la propia  ciudad de Almería que Alfonso VII había conquistado en 1147) (Carmona, 2010: 15-19), leoneses, portugueses o por el aventurero Gerardo Sempavor. El esplendor militar de los almohades se tradujo en un panorama desolador para los reinos cristianos durante varias décadas, algo que en el caso castellano se agudizará en extremo tras la batalla de Alarcos (García Fitz, 2019: 74-78).

 

La causa del enfrentamiento

A pesar de lo dicho en el párrafo anterior, los reinos cristianos no se quedaron inactivos ante el auge almohade y lanzaron diferentes cabalgadas (expediciones de saqueo y destrucción) por territorio andalusí. No obstante, estas operaciones (jalonadas con largos periodos de treguas) apenas se tradujeron en avances territoriales hacia el sur, por lo que nuevamente comprobamos que la iniciativa militar de estos años recaía en el bando islámico (ibidem, 2019: 77-78). El comportamiento de Alfonso VIII de Castilla durante todo ese tiempo también respondió a ese patrón, sobre todo a partir de 1192, cuando empezó a manifestar una creciente belicosidad en sus fronteras meridionales con los almohades: en el verano de ese mismo año envió varios embajadores a la corte almohade con unas condiciones inaceptables para renovar las treguas firmadas en años anteriores, lo que en la práctica significaba una declaración de guerra; en los años siguientes envió varias cabalgadas hacia territorio almohade, destacando la encabezada por el arzobispo de Toledo, don Martín López de Pisuerga, que devastó las tierras del valle del Guadalquivir entre 1193 y 1194. Todas las fuentes, tanto cristianas como musulmanas, coinciden en señalar que estas acciones ofensivas castellanas fueron la causa de la reacción almohade que desembocó en la batalla de Alarcos (ibidem 2019: 77-78 y 1996: 277-279).

Y esa reacción no tardó en verificarse en forma de ejército almohade que avanzó hacia Castilla con el objetivo de tomar represalias contra los ataques de Alfonso VIII. Según Huici Miranda (1956: 138 y ss.), lo que decidió al rey castellano a lanzar estas operaciones ofensivas fue la ausencia del califa almohade del territorio hispano al hallarse inmerso en la preparación de una nueva campaña en tierras africanas. Sin embargo, ante las angustiosas peticiones de ayuda que llegaban desde Al-Andalus, Ya`qub al Mansur decidió cambiar el rumbo de sus tropas y dirigirse hacia la Península Ibérica para escarmentar a los cristianos que tanto daño habían hecho en el valle del Guadalquivir a sus súbditos andalusíes. El 1 de junio cruzó el Estrecho y descansó un día en Tarifa, desde donde inició el movimiento de sus huestes hacia el norte para castigar a los castellanos, en una lenta marcha que le llevaría más de un mes culminar.

Apenas el rey castellano tuvo noticia de que las tropas almohades marchaban hacia el norte a través del camino de Toledo a Córdoba para atacar su reino, mandó llamar a sus vasallos y marchó hacia Toledo para congregar allí sus fuerzas. También había solicitado el apoyo de los reyes de León y Navarra, con quienes había pactado colaboración militar ante el inminente ataque del califa pero, quizá motivado por una excesiva confianza en sus fuerzas o por el deseo de enfrentarse a las tropas musulmanas nada más traspasasen las fronteras del reino, no esperó a los refuerzos leoneses y navarros y marchó a toda prisa hacia el sur, hacia Alarcos (García Fitz, 1996: 280).

Alfonso VIII - Mariano Zamorano

Figura 2: Alfonso VIII de Castilla.

Imagen: Wikimedia Commons, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=7295160

 

Tropas y tácticas

Los ejércitos que se enfrentaron en Alarcos aquel 19 de Julio de 1195 obedecían a dos tradiciones militares diferentes aunque, como veremos, también compartían algunas similitudes.

Las tropas castellanas reunidas a toda prisa por Alfonso VIII seguían la tradición militar de Europa occidental que, al menos desde el siglo XI, tenían en la caballería pesada su principal baza. Estos jinetes acorazados combatían protegidos con cotas de malla, casco, escudo, cargaban en masa sobre el enemigo con sus lanzas, empleando la espada como arma secundaria. . Si bien antes del siglo XI ya existían unidades pesadas, a partir de esas fechas se alcanzó una potencia de choque brutal gracias a la generalización del estribo y  el perfeccionamiento de la silla de montar. Los jinetes ahora podían colisionar con el enemigo sin que la fuerza del golpe los derribase del caballo, convirtiendo la carga a lanza tendida en la táctica principal (que no la única) de los ejércitos feudales occidentales, cuya función básica era romper las filas del enemigo y provocar el pánico.

Con todo, y a pesar del protagonismo otorgado por las fuentes a estos la caballería pesada cristiana, no debemos pensar que junto a ellos no combatían peones armados con ballestas, arcos o lanzas. Los infantes estaban presentes en el enfrentamiento cumpliendo labores tácticas imprescindibles, pues en primer lugar, los jinetes pesados por sí solos no podían resolver cualquier tipo de enfrentamiento (en terrenos abruptos o frente a enemigos con tácticas específicas para contrarrestar su carga). En segundo lugar, y aunque las fuentes cristianas son especialmente parcas al respecto, puede suponerse que la infantería iniciase los combates arrojando proyectiles, organizase formaciones defensivas en retaguardia e incluso apoyase las cargas de la caballería pesada.

En el caso almohade se advierte una composición táctica diferente. En primer lugar, aunque también aparecen referencias a jinetes pesados muy similares a sus homónimos cristianos, lo cierto es que su presencia parece más esporádica. En segundo lugar, su principal baza táctica eran unas fuerzas montadas mucho más ágiles, rápidas y versátiles, armadas con lanzas arrojadizas y arcos. Sus tácticas predilectas incluían movimientos veloces, cambiantes y sorpresivos para hostigar y sorprender al adversario mediante retiradas fingidas y flanqueos. Estos jinetes ligeros musulmanes podían estorbar y desorganizar el avance de la caballería cristiana arrojando flechas y dardos y  rehuyendo el combate cuerpo a cuerpo. De esta forma agotaban y desorganizaban al enemigo, reduciendo la potencia de su choque e incluso cayendo sobre sus flancos y retaguardia cuando ya estaba combatiendo con otras unidades.

 

Cantiga miniatura - Mariano Zamorano

Figura 3: Contigentes de caballería pesada cristiana y caballería ligera musulmana.
Cantiga 181  Cantigas de Santa Maria, Codex Rico, MS TI.1, El Escorial.

Imagen: By Unknown author – Abbey Stockstill, "The Red Tent in the Red City: The Caliphal Qubba in Almohad Marrakesh", p. 21, from Ekici et al (2023) "Textile in Architecture: From the Middle Ages to Modernism" (see [1] or [2]), Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=143267640

Es muy frecuente la mención en las fuentes de la infantería musulmana actuando de forma activa en batallas: lanceros en formación defensiva para fortalecer el campamento, cuerpos de arqueros que asaeteaban al enemigo justo antes del choque o densas formaciones de infantes que debían absorber el impacto de la caballería pesada cristiana, entre otros ejemplos.  También se alude al uso de formaciones denominadas muela (en círculo), muro (un cuadrado en torno a la impedimenta) y corral o cerca (para proteger al caudillo durante la batalla, como en las Navas de Tolosa). (García Fitz, 1998: 375-382, 394 y 2019: 230-237; Rodríguez Casillas, 2018: 99-101).

En conclusión, podemos ver que los ejércitos que iban a enfrentase en Alarcos presentaban algunas similitudes pero sus tradiciones militares obedecían a un origen diferente. En la próxima entrada dedicada a esta batalla veremos si la caballería pesada cristiana se impuso sobre los jinetes ligeros musulmanes o viceversa.

 

Félix Antonio Jaime Sánchez

 

Bibliografía consultada:

– CARMONA RUIZ, María Antonia, La conquista de Baeza, Universidad de Jaén. Servicio de publicaciones, 2010, págs. 13-30

– GARCÍA FITZ, Francisco, (1996): “La batalla en su contexto estratégico. A propósito de Alarcos”, en Izquierdo Benito, R. y Ruiz Gómez. F. (coord), Actas del congreso internacional conmemorativo del VIII centenario de la batalla de Alarcos, Universidad de Castilla – La Mancha, Ediciones de la Universidad de Castilla – La Mancha, 265-282

– GARCÍA FITZ, Francisco, Castilla y León frente al Islam, Madrid, Universidad de Sevilla, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1998 (reimpresión 2005), 480 págs.

– GARCÍA FITZ, Francisco, La guerra contra el islam peninsular en la edad media, Madrid, Editorial Síntesis, 2019, 278 págs.

 

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