Sin duda estamos hablando de los dos aceros míticos a la hora de forjar espadas. Uno, descubierto por los cruzados en la ciudad de Damasco, actual Siria, y de ahí le viene l nombre con el que ha sido mundialmente conocido, pero que tiene su origen en la India. El otro, mucho más reciente y, digámoslo así, más tecnificado que el de Damasco. Antes de empezar a describir ambos, vamos a delimitar el tema aclarando un par de conceptos.

Con el paso de los años vas aprendiendo a relativizar las cosas y entiendes que es muy difícil hablar en términos absolutos: el rincón más bonito, el libro mejor escrito, el amor de mi vida,… el mejor acero para una espada. Aún así, conscientes de este reto, nos calzamos los guanteletes y empuñamos el montante. ¡Deus vult! Vamos a la batalla: la comparación entre el acero de Toledo y el acero Damasco.

Acero toledano vs acero de damasco

Sin duda estamos hablando de los dos aceros míticos a la hora de forjar espadas. Uno, descubierto por los cruzados en la ciudad de Damasco, actual Siria, y de ahí le viene l nombre con el que ha sido mundialmente conocido, pero que tiene su origen en la India. El otro, mucho más reciente y, digámoslo así, más tecnificado que el de Damasco. Antes de empezar a describir ambos, vamos a delimitar el tema aclarando un par de conceptos.

Primero debemos entender que existen muchísimos tipos de acero según los componentes que formen la aleación, cada uno de los cuales aporta características químicas y por tanto mecánicas al resultado final. El acero de una espada debe ser, claro, contundente, para poder golpear con eficacia, pero también ha de ser dúctil para poder resistir bien los golpes.

No todos los aceros cumplen igual estas dos características, por eso esta comparación tiene sentido, como también lo tendría si comparamos con otros aceros más modernos, pero elegimos estos dos por ser los dos más importantes en términos históricos, sin duda. Por lo tanto los dos aceros tienen el mismo origen: la inquietud de los antiguos espaderos por encontrar el metal ideal para las hojas de las espadas, que les dieran el prestigio que les hiciera ser recordados eternamente en sus espadas.

Los metales que conseguían por la mera fundición no les daban los resultados ideales: si unos eran blandos y doblaban con facilidad, los otros partían o eran quebradizos en los filos,… Debían poner todo su conocimiento en buscar, indagar, hasta encontrar la perfección. Desde estas líneas nuestro reconocimiento y veneración a aquellos maestros de la fragua. También es importante saber que el acero de Damasco es un acero de un solo metal, monolámina, que por lo tanto nada tiene que ver con los aceros laminados con los que trabajamos ahora y que dibujan patrones tan llamativos. Podríamos decir que estos aceros modernos tienen “patrones a modo del acero de Damasco”, pero no serían propiamente este metal indio. Seguro que esta afirmación os ha sorprendido, así que sed pacientes y continuad leyendo, pero nos parecía importante comenzar quitando de nuestras mentas conceptos previos, quizás erróneos, para entender lo que ahora os vamos a contar. Vamos con la historia.

Historias del acero de espadas

Se sabe que el acero de Damasco comenzó a elaborarse en la India, donde fundían unas astillas de acero llamadas WOOTZ. Para elaborar estas pastillas, hacían una colada de fundición y añadían al crisol hierro, aditivos, restos, cualquier metal que el espadero considera adecuados. Por eso desde ahora vamos a dejar la denominación a Damasco para pasar a llamarlo acero de crisol. Con este proceso conseguían que el hierro se fundiera con una cantidad importante de carbono, que sabemos que son los dos componentes fundamentales del acero.

¿Dónde están las láminas tan famosas de los patrones de damasco?

A veces (pero sólo a veces, porque la mayoría de las veces no se revelaba ninguna línea en el acero) aparecían pequeñas vetas de los materiales que no se fundían como el resto de los materiales, y con la limpieza de la hoja se podían adivinar entre las tonalidades más lisas. Por supuesto que tampoco usaban ácido para mostrar esas capas diferentes, porque de hecho no existían dichas capas. Sabemos que en Toledo se usaba acero cementado desde hace muchos siglos, seguramente antes de la llegada de los romanos a la Península. Este acero se conseguía al untar en la hoja de la espada, mientras se forja, una pasta llamada cementina formada por material orgánico triturado y otros activos que el hierro absorbía, de tal forma que las capas externas se transformaban en acero y se mantenía un núcleo de hierro.

Tuvo que ser en el siglo XVI cuando esta técnica eficaz pero rudimentaria fue perfeccionada por un espadero llamado Julián del Rey. Él ha sido fundamental en el desarrollo de la Edad de Oro de la espadería en Toledo, pero no es un hombre que ha pasado discretamente por la historia, y apenas tenemos datos de él.

Espadero de origen árabe, forjando jinetas en Granada al servicio de Boabdil, que, tras la conquista del reino nazarí y dada su fama de gran artesano, se convirtió al cristianismo y pasó a la protección del rey Fernando, de ahí su sobrenombre “del Rey”. Posteriormente no sólo trabajó en Toledo, también en Zaragoza y Valencia, creando escuela en sus descendientes. Su marca era un perrillo, reconocible aun con el paso de los siglos. Julián buscaba aunar en la espada dureza y tenacidad, que aportan unas prestaciones mecánicas concretas a la hoja. El hierro aporta dureza y contundencia, el acero tenacidad y versatilidad. Por eso él forjaba tres láminas, dos de acero cementado y entre ambas una de hierro: mientras el acero iba a los filos, el hierro formaba la columna vertebral de la hoja y se asomaba en lo que se conocía como clavo de herradura, la parte de hierro viejo que sobresalía y con el que se forjaba la espiga.

Características del acero de una espada

Tras intentar explicar someramente ambos aceros, debemos decir que los dos cumplían con las expectativas mecánicas que de ellos se esperaban.  El acero de crisol y el acero de Toledo han sido tan reconocidos porque han sido probados donde el acero debía mostrar su calidad, en la batalla. La cantidad de mandoblazos, cortes, choques con espadas,.. que han resistido nos permite asegurar que los dos han superado la prueba. El acero que sale perdiendo en este sencillo debate es el actual Damasco, el que nosotros denominamos como acero laminado y acero a modo de Damasco, o con patrones de Damasco.  Al mezclar láminas, forjarlas y unir sus masas, podemos entender que el resultado es una hoja muy pesada y, por el golpeo para fusionar las láminas, el resultado es un acero demasiado duro.  Dureza y peso son malos amigos para la espada,.. quizás no tanto para el cuchillo. Por este acero laminado con los patrones revelados al ácido son estéticamente llamativos y sorprendentes, pero poco útiles para la espada, aunque algo mejores para el cuchillo.

¿Qué ventajas nos da el tipo de acero a la espada?

En la comparación entre ambos hemos de decantarnos hacia el acero toledano, pero por un matiz meramente histórico: el acero de crisol dejó de elaborarse porque era muy complejo abastecer a ejércitos con una técnica tan elaborada, y aunque es verdad que las espadas no eran tan abundantes como pudiera parecernos, esta técnica era especialmente compleja.

Por esto decimos que el acero toledano surgió posteriormente como un perfeccionamiento de las técnicas anteriores, tanto al acero cementado como el de crisol, y por eso le damos esa ventaja histórica. En él se consiguió el equilibrio perfecto entre dureza y tenacidad. Por el mismo motivo nos atrevemos a decir que ambos aceros, como materia prima original, quedaría relegada por la increíble carta de aceros que se elaboran en las acerías actuales, hijas de nuestro siglo, técnicamente actualizadas y con la tecnología propia de nuestra época. Seguramente no se pudieron comparar estos aceros en los campos de batalla, como tampoco se podrán comparar con los actuales, pero una cosa es cierta: cuentan las crónicas bélicas que en los enfrentamientos entre ejércitos españoles y otros europeos y asiáticos (como la famosa batalla de Cagayán), la gran mayoría de las espadas que se mantenían enteras tenían un origen conocido: la capital del Imperio, Toledo.

Scroll al inicio